La credibilidad del Gobierno nacional atraviesa su peor momento desde la llegada de Javier Milei al poder. En las últimas semanas, la confianza ciudadana sufrió un desplome abrupto que dejó a la Casa Rosada en el nivel más bajo de todo su mandato, encendiendo alarmas en el corazón del oficialismo.
El dato es devastador: en apenas un mes, los indicadores se hundieron con una caída histórica. Ningún aspecto de la gestión quedó a salvo. La percepción sobre la honestidad de los funcionarios se desplomó, la idea de que el Gobierno se preocupa por el interés general se derrumbó y la confianza en su capacidad para resolver los problemas del país se evaporó.
El derrumbe golpea con más fuerza en sectores clave como mujeres, jóvenes y habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, donde el rechazo se profundiza y deja en evidencia un desgaste vertiginoso. La caída es tan pronunciada que ya muchos en el oficialismo hablan de un punto de inflexión que podría marcar un antes y un después en la administración libertaria.
Lejos de ser un episodio aislado, el retroceso en la confianza se presenta como un verdadero terremoto político. La imagen presidencial se erosiona a gran velocidad y el malestar social crece en un clima que amenaza con desbordar. El Gobierno, golpeado por la crisis y bajo presión constante, enfrenta ahora su desafío más temible: recuperar una legitimidad que parece desmoronarse día a día.