Las elecciones bonaerenses de este domingo 7 de septiembre se convirtieron en una verdadera bomba política. Con demoras, caídas de sistemas y acusaciones cruzadas, la provincia más poblada del país se convirtió en el epicentro de la tensión nacional.
Desde temprano, más de 17 millones de bonaerenses estaban llamados a votar, pero las irregularidades no tardaron en aparecer: largas filas, mesas que abrieron tarde y la página del padrón oficial completamente caída, lo que generó bronca y sospechas en el corazón de la jornada.
La elección pone en juego 46 bancas de diputados, 23 de senadores y más de 1.100 cargos municipales. Un operativo monumental que, lejos de la normalidad, se vio envuelto en caos y denuncias de desorganización.
Los principales dirigentes ya pasaron por las urnas. Axel Kicillof habló de “una elección histórica” y pidió que la gente participe masivamente, mientras que Máximo Kirchner volvió a desafiar al Gobierno con duras críticas y hasta se mostró con una mano vendada tras un accidente doméstico.
La participación hasta el mediodía no superaba el 30% del padrón, un número alarmante que enciende todas las alarmas y anticipa un resultado impredecible.
Con la Primera Sección electoral como clave absoluta, el clima es de máxima tensión. Los analistas coinciden: quien logre imponerse allí, se asegurará la victoria en la provincia.
La cuenta regresiva ya está en marcha. Con urnas cerrando a las 18 y un operativo bajo la lupa, Buenos Aires define hoy mucho más que cargos: define el pulso del país.