El oficialismo enfrenta las elecciones bonaerenses con un nivel de tensión pocas veces visto. Envuelto en semanas de turbulencias, filtraciones y denuncias de corrupción, el Gobierno llega a esta jornada bajo un clima de máxima preocupación y cautela.
En los pasillos del poder reina la incertidumbre: la gran incógnita es si Javier Milei aparecerá en el búnker libertario o si elegirá seguir el resultado a la distancia. El temor es claro: que el desencanto ciudadano se traduzca en una participación mucho más baja de lo esperado y que el aparato peronista termine inclinando la balanza.
Las estimaciones son inquietantes: apenas entre un 50 y un 60 por ciento del padrón se presentaría a votar, una cifra que alimenta el fantasma de la derrota. En el conurbano, la maquinaria del peronismo se siente imbatible y la Libertad Avanza reconoce sus limitaciones a la hora de fiscalizar con fuerza.
El viraje en la estrategia fue notorio. Después de semanas de euforia y discursos desafiantes, el oficialismo bajó el tono y habla de prudencia, casi como si intentara amortiguar un golpe que ya presiente.
En la intimidad, los libertarios admiten que una derrota ajustada por 2 o 3 puntos podría considerarse tolerable, pero si la diferencia supera el 5 por ciento será un mazazo. Y si la distancia se estira a los 10 puntos, reconocen sin vueltas que sería una catástrofe política de proporciones históricas.