Córdoba será el escenario de una nueva puesta en escena libertaria. Mientras la inflación devora los sueldos y los jubilados son reprimidos en las calles, Javier Milei y su ministro de Defensa saliente, Luis Petri, alistan un acto de “gloria nacional” para recibir los primeros seis aviones F-16 comprados a Dinamarca. La postal: un presidente sonriente, un desfile militar, y millones de dólares en juego mientras el país se cae a pedazos.
El 5 de diciembre, en Río Cuarto, el Gobierno montará un show patriótico para mostrar los cazas supersónicos como símbolo del “renacer argentino”. Detrás del relato épico, los números son obscenos: más de 300 millones de dólares por aeronaves usadas, en una Argentina donde los hospitales no tienen insumos y los comedores populares sobreviven con lo justo.
Petri, que dejará el cargo días después, pidió incluso retrasar su jura como diputado para poder posar junto a Milei en la ceremonia. Todo, mientras pilotos norteamericanos —contratados especialmente— serán quienes traigan los aviones hasta Córdoba, porque todavía los argentinos no están habilitados para volarlos.
La base de Tandil, que debería ser la sede operativa, sigue en obras bajo las exigencias de Estados Unidos, verdadero dueño de la operación. Hasta entonces, los F-16 dormirán en hangares reacondicionados para la foto oficial.
Así, el Gobierno celebra una compra militar como “gesta patriótica”, mientras miles de argentinos no pueden comprar ni una docena de huevos. Otro acto de distracción, otro show para la tribuna, en un país donde los tanques vuelven a rugir… pero las ollas, siguen vacías.