Corrientes la vio nacer en 1930, Buenos Aires la hizo famosa… y temida. María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte, más conocida como Yiya Murano, se transformó en la “envenenadora de Monserrat” después de asesinar a tres mujeres de su círculo íntimo con cianuro, mientras su sonrisa dejaba helado a cualquiera que escuchara su historia.
Se casó con un abogado porteño y empezó a tejer su mundo de lujo, amantes y dinero fácil. Nunca ejerció como maestra, pero sí aprendió a seducir, estafar y, finalmente, matar. Durante la dictadura, protagonizó una de las primeras estafas piramidales de la Argentina: prometía ganancias imposibles a amigas, familiares y vecinas… hasta que la deuda la llevó a los crímenes.
Entre febrero y marzo de 1979, Yiya asesinó a Nilda Gamba, Lelia “Chicha” Formisano y Carmen “Mema” Venturini, sirviendo té y masas finas con cianuro. Nunca se supo si actuó sola o con cómplices, ni cómo obtuvo la sustancia mortal. Sus víctimas murieron lentamente mientras ella mantenía la calma y planeaba apropiarse de pagarés y dinero de sus víctimas.
Detenida en 1979, fue absuelta en 1982 y condenada en 1985 a prisión perpetua. Salió en 1995, tras trece años de encierro, agradeciendo a los jueces con bombones y sonriendo ante la prensa. Nunca admitió los homicidios: “Los asesinos nunca dicen la verdad”, repetía, mientras se dejaba mimar por la fama que había generado el terror que sembró.
Yiya Murano se sentó dos veces en la mesa de Mirtha Legrand, llevó masitas y volvió a causar sensación: risas, incredulidad y horror mezclados. Murano murió en 2014 a los 83 años, dejando un legado de misterio, crimen y un solo hijo, Martín, que hoy subasta los recuerdos de su madre para refugios de animales, mientras el mito de la “envenenadora de Monserrat” sigue flotando en la memoria argentina.