En plena crisis política y con un Gobierno que no logra controlar ni su propio caos, Diego Santilli mueve fichas a contrarreloj y ubica a su hombre de máxima confianza, Gustavo Coria, como viceministro del Interior. Una jugada que deja al descubierto el desorden interno: mientras el oficialismo pide “diálogo y amplitud”, en los pasillos de Casa Rosada ya admiten que la designación llega para sostener una estructura que tambalea.
Coria, sobreviviente de todos los armados porteños y reciclado una y otra vez pese a cada escándalo, llega como el nuevo salvavidas del Ministerio de Interior. Fue diputado electo hace apenas semanas y ahora abandona su banca antes de asumir, otra prueba del uso descarado que el Gobierno hace de los cargos para apagar su fuego político.
El hombre que saltó de manejar la basura en el CEAMSE a comandar Seguridad en plena conmoción por el crimen de Barbieri, vuelve ahora al centro de la escena bajo el paraguas de Santilli. Desde Córdoba hasta la Rosada, construyó vínculos de todo tipo: intendentes, operadores, empresarios y hasta el propio “Chiqui” Tapia, con quien tejió alianzas en tiempos donde el fútbol era su puente de poder.
Mientras Milei presume de “orden y coherencia”, Coria ya opera como ministro paralelo: se reunió con gobernadores, negoció apoyos y acompaña a Santilli en cada foto estratégica. El Gobierno habla de una “nueva etapa”, pero la realidad es más cruda: necesitan sumar nombres y tapar huecos para sostener reformas que ni sus propios aliados quieren firmar.
El nombramiento será oficial la semana que viene… aunque, como siempre, Coria ya está trabajando sin esperar el papel. Así funciona hoy el poder: improvisado, urgido y sostenido por operadores rescatados del arcón político, mientras el país sigue esperando soluciones reales que nunca llegan.