Lo que pasó en el Polígono Industrial de Spegazzini fue una escena digna de un desastre anunciado. El incendio comenzó en un depósito de Logischem S.A., donde había una mezcla explosiva de sustancias peligrosas: gas butano, fósforo rojo, aluminio en polvo, cianuro y tambores inflamables. Un cóctel capaz de transformar cualquier chispa en una tragedia. Y así ocurrió.
La explosión fue tan violenta que se vio desde un avión. En tierra, los vecinos corrían para escapar del humo tóxico que cubrió la zona en pocos minutos. Las llamaradas avanzaban sin control mientras los primeros equipos de bomberos intentaban acercarse.
La fiscalía espera ahora la declaración de un testigo clave para entender cómo se iniciaron las llamas. Las pericias ya confirmaron que dentro del galpón había más de 25 mil kilos de fósforo rojo, 16 mil de aluminio en polvo y garrafas de gas butano, además de oxidantes, corrosivos y químicos extremadamente tóxicos como el bromuro de metilo.
El fuego se expandió con una velocidad impactante. Destruyó por completo Lagos Plásticos e Iron Mountain, y dañó depósitos de alimentos, minería, aberturas de aluminio, refrigeración y hasta una fábrica de galletitas. El polígono entero quedó convertido en una secuencia de estructuras calcinadas.
Cuatro personas fueron trasladadas por politraumatismos e inhalación de gases. Una subteniente de la Policía sufrió quemaduras leves y un bombero voluntario terminó internado tras quedar atrapado entre el humo.
La gran incógnita sigue abierta: ¿cómo pudo almacenarse semejante arsenal químico sin que nadie advirtiera el riesgo?
Ezeiza aún huele a materiales quemados. Y el susto de esa noche quedará grabado en la memoria de todos.