En la Catedral Metropolitana de Buenos Aires se realizó una emotiva ceremonia interreligiosa en homenaje al Papa Francisco, un líder que marcó una inflexión en la historia de la Iglesia Católica al abrir las puertas del diálogo con otras religiones y, también, con los sectores más postergados de la sociedad. La ausencia del presidente Javier Milei —por segunda vez consecutiva— fue tan notoria como significativa, en un contexto donde el gesto político pesa tanto como la palabra espiritual.
Francisco y el diálogo como legado central
Desde su tiempo como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio fue un impulsor ferviente del diálogo interreligioso, un camino que profundizó desde el Vaticano y que transformó en uno de los ejes centrales de su papado. Según referentes religiosos que participaron de la ceremonia, “Francisco llevó esta práctica a otro nivel, sin precedentes en la historia reciente de la Iglesia Católica”.
Este legado se expresó en hitos concretos, como la Declaración de Abu Dabi de 2019, firmada junto al Gran Imán de Al-Azhar, que llamó a una “fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común”. En una época signada por el sectarismo y el odio, Francisco encarnó la posibilidad de una religión que no divide, sino que une, que no se refugia en el dogma, sino que se arriesga al encuentro con el otro.
Una espiritualidad que interpela más allá de la fe
El impacto de Francisco no se limita al mundo católico. Su figura caló hondo incluso entre quienes se definen como ateos, agnósticos o simplemente alejados de la práctica religiosa. Jóvenes como Victoria, una adolescente que participó de la vigilia frente a la Catedral, resumieron ese fenómeno: “Soy atea, pero lo bancaba. Me hizo ver que la Iglesia podía hablar de otras cosas, no solo de religión, sino también de cultura, política, inclusión”.
Este fenómeno responde a que Francisco habló siempre desde una ética del cuidado, que prioriza la dignidad de la persona por encima de las instituciones. Su defensa de los derechos de la comunidad LGTBIQ+, su insistencia en la necesidad de una “Iglesia pobre para los pobres” y su mirada crítica sobre el capitalismo salvaje hicieron de su mensaje una voz incómoda tanto para sectores conservadores dentro de la Iglesia como para los gobiernos que abrazan el fundamentalismo del mercado.
Una ausencia con peso político
En contraste con este perfil abierto y conciliador, el presidente Javier Milei volvió a ausentarse en el homenaje. Esta vez envió a algunos funcionarios de su gabinete, encabezados por Guillermo Francos, quien sostuvo que “su figura nos llena de orgullo”, aunque los hechos recientes —desde los insultos públicos del presidente hasta su negativa a participar de los actos locales— muestran una contradicción difícil de disimular.
La ausencia de Milei no fue sólo física, sino también simbólica: no hay punto de contacto entre el pensamiento social del Papa y el ideario ultraliberal del gobierno actual, que desprecia la organización comunitaria, las religiones como actores sociales y la protección de los más vulnerables. En este sentido, el silencio o el desinterés del Ejecutivo frente al fallecimiento de una figura global con fuerte anclaje argentino no sólo revela una desconexión con el sentir popular, sino también un desprecio por el componente espiritual de la vida política.
Un gesto ecuménico en una Argentina fragmentada
La ceremonia interreligiosa no fue solo un homenaje a una figura religiosa, sino también una afirmación colectiva de que la convivencia es posible en un país cada vez más polarizado. Participaron representantes del judaísmo, del islam, de distintas iglesias cristianas y, por supuesto, de la Iglesia Católica. Todos coincidieron en destacar el valor de Francisco como puente entre culturas, credos y generaciones.
En palabras del imam Salim Delgado Dassoum: “Francisco llamó a diario a la parroquia en Gaza. Eso muestra algo muy noble de su carácter. Su legado no es solo teológico, es profundamente humano”.
Conclusión: una despedida que reafirma su lugar en la historia
La ceremonia interreligiosa fue mucho más que una misa. Fue la expresión tangible del legado de Francisco como constructor de puentes, en un tiempo en que muchos líderes se empeñan en levantar muros. Su figura sigue convocando desde el amor, la ternura y la firmeza moral con que enfrentó las injusticias del mundo.
En tiempos donde la política muchas veces olvida el alma de las personas, Francisco representó una espiritualidad encarnada en lo cotidiano, en la compasión y en el trabajo por la paz. Aún después de su partida, su voz resuena: no hay fe verdadera sin justicia social, ni religiosidad auténtica sin diálogo.