El éxito meteórico de Shein en Argentina encubre un modelo ultrarrápido con prendas baratas y baja calidad, sostenido por condiciones laborales extremas y un preocupante impacto ambiental. Te contamos el otro lado de la moda low‑cost.

Desde que el gobierno eliminó límites a las compras por courier, las importaciones de indumentaria crecieron un 58% entre enero y mayo, y Shein concentra el 80% de ese flujo. Sus precios, incluso con impuestos, siguen pulverizando a la industria local, impulsados por una estrategia basada en lanzamientos permanentes y marketing en redes, generando una auténtica fiebre de consumo.
Muchos consumidores destacan lo económico, pero no tardan en advertir las fallas: prendas de dudosa durabilidad que incentivan compras compulsivas. La bomba visual de “scroll infinito” y agencias de influencers mantiene la interacción, pero favorece la acumulación de ropa barata que pronto se desecha .
La producción se sostiene en Panyu, China, con jornadas laborales de hasta 75 horas semanales y sueldos por pieza que no alcanzan un salario digno. A eso se suma el daño ambiental: uso intensivo de plásticos, emisiones sin control y prendas tóxicas con metales pesados, que ya alertaron autoridades en Corea del Sur y Europa.