Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y el pleno control del Congreso, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, acelera su deriva autoritaria. A la persecución contra las maras le siguió una ofensiva más amplia que ahora apunta a opositores políticos, líderes sociales, indígenas y organizaciones de derechos humanos.
Una alianza estratégica con impacto regional
La vuelta de Trump al poder en Estados Unidos no sólo reconfigura la política norteamericana, sino que también redefine relaciones en América Latina. Bukele, quien ya gozaba de simpatía en círculos conservadores estadounidenses, aprovecha el alineamiento con Trump para avanzar con medidas que bajo otro contexto habrían generado sanciones o aislamiento diplomático.
El vínculo se consolidó con un gesto clave: El Salvador puso a disposición de EE.UU. su megacárcel de máxima seguridad, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), para albergar migrantes venezolanos deportados, acusados de pertenecer a la organización criminal Tren de Aragua. Esta acción facilitó el primer gran intercambio de prisioneros entre EE.UU. y Venezuela, reforzando el rol de Bukele como intermediario regional.
Represión interna y control del discurso
Mientras estrecha lazos con Washington, Bukele endurece el control interno. Detenciones arbitrarias, represión a comunidades que protestan y la criminalización de defensores de derechos humanos marcan una nueva etapa en su gobierno. El cierre de la ONG Cristosal, con 25 años de trayectoria, simboliza la asfixia a la sociedad civil.
El régimen salvadoreño ha prorrogado 39 veces el estado de excepción, utilizado originalmente para combatir a las pandillas. Sin embargo, investigaciones revelan que mientras persiste la retórica de “mano dura”, en los hechos hay negociaciones con jefes de pandillas, lo que debilita la justificación oficial del régimen.
Silencio internacional y respaldo de la ultraderecha
Pese a las denuncias de Human Rights Watch, la CIDH y otras organizaciones internacionales, Bukele cuenta con el aval implícito de gobiernos y figuras de la derecha global, incluyendo a Elon Musk, quien participó en reuniones clave. El respaldo geopolítico de Trump ofrece un escudo ante las críticas y legitima su modelo represivo como un “caso de éxito” para otros líderes conservadores en la región.
Una estrategia de poder sostenida en el miedo
Según encuestas recientes, el 60% de la población salvadoreña teme opinar o protestar por miedo a represalias. La ley de Agentes Extranjeros, que impone duras sanciones a organizaciones con financiamiento internacional, busca sofocar voces críticas y consolidar un régimen autoritario con fachada democrática.
Conclusión geopolítica
La alianza entre Bukele y Trump es más que un vínculo bilateral: representa un modelo de gestión autoritaria con respaldo internacional que podría replicarse en otros países si no hay una respuesta firme desde los organismos multilaterales. El caso salvadoreño muestra cómo la política exterior de EE.UU. bajo Trump prioriza la funcionalidad y el control regional por sobre los derechos humanos.