Estallido de furia en Mendoza: pasacalles contra Boca en plena concentración

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El clima alrededor de Boca Juniors no da respiro. En medio de la peor racha deportiva en años, la calma de la concentración en Mendoza se quebró de manera abrupta cuando, en la madrugada, aparecieron pasacalles colgados frente al hotel donde se aloja el plantel. Los mensajes fueron contundentes, directos y sin espacio para la interpretación: la paciencia de los hinchas llegó al límite.

La camiseta de Boca se tiene que transpirar… y si no, no se la pongan, váyanse, no roben más”, decía uno de los carteles, desplegado frente a la entrada principal del hotel, en un gesto que buscó interpelar de frente a los jugadores. A pocos metros, otro mensaje igual de incendiario añadía aún más presión: “Están en Boca, respeten la camiseta y a su gente”. El golpe anímico fue tan inesperado como lapidario. El amanecer en Mendoza se convirtió en un espejo de la bronca que atraviesa a la mitad más uno en un presente futbolístico que parece no encontrar salida.

El equipo de Miguel Ángel Russo llega a esta cita en medio de un panorama sombrío. Doce partidos consecutivos sin triunfos marcan una racha negativa que golpea con fuerza la historia del club, acostumbrado a pelear siempre en lo más alto. Desde aquella última victoria, perdida en la memoria de los hinchas, lo único que abundaron fueron frustraciones, empates sin sabor y derrotas dolorosas. La ilusión inicial del ciclo se fue transformando en desilusión, y la confianza de los hinchas en los jugadores quedó resquebrajada.

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El pasacalles, lejos de ser un hecho aislado, simboliza el descontento generalizado. La hinchada no tolera más promesas incumplidas ni actuaciones deslucidas. La consigna es clara: en Boca no alcanza con entrar a la cancha, hay que dejar la vida en cada jugada. La camiseta, considerada sagrada por los hinchas, no admite actitudes tibias ni desconexión emocional. Los jugadores, al ver los carteles, entendieron que esta vez la advertencia fue pública, directa y con un mensaje que trasciende la crítica futbolística para convertirse en un cuestionamiento al compromiso del plantel.

La tensión se multiplica porque el partido frente a Independiente Rivadavia no es uno más. La situación en la tabla preocupa, y la posibilidad concreta de quedar otra vez fuera de la Copa Libertadores enciende todas las alarmas. El duelo en Mendoza pasó de ser una fecha de campeonato a una final anticipada que podría definir el destino inmediato del equipo. El margen de error es cero. Los hinchas, que acompañan masivamente en cada viaje, no aceptan más excusas ni promesas a futuro. El grito es unánime: hay que ganar, y hay que hacerlo ya.

El escenario que se vive hoy en Mendoza recuerda otros momentos de crisis en la historia del club, cuando la pasión se mezcló con la bronca y la exigencia se hizo sentir con fuerza. Cada vez que la camiseta azul y oro estuvo en juego, la hinchada se manifestó con dureza, y esta no fue la excepción. Los pasacalles colgados frente al hotel fueron un recordatorio de que vestir los colores de Boca implica una responsabilidad enorme, un compromiso que no admite distracciones ni falta de entrega.

El día comenzó con ese impacto y, a medida que avanzaban las horas, la tensión no hacía más que crecer. En las calles, en las peñas y en cada rincón de Mendoza, se respira ansiedad. Nadie habla de otra cosa que no sea el partido. La ciudad se convirtió en una olla a presión donde cada detalle suma a la expectativa. Para el plantel, será imposible abstraerse del contexto: saben que cualquier paso en falso puede desencadenar una tormenta aún mayor y dejar huellas imborrables en un semestre que ya está marcado por el sufrimiento.

Esta noche, cuando la pelota empiece a rodar, Boca no solo se jugará tres puntos. Se jugará su credibilidad, su orgullo y, sobre todo, la relación con sus hinchas. Los pasacalles en Mendoza fueron un grito desesperado, una señal de que la paciencia se agotó. El plantel está contra las cuerdas, el clima es asfixiante y la exigencia es total. En Boca no hay lugar para tibiezas: o dejan la vida en la cancha, o la bronca popular puede convertirse en un verdadero estallido.

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