Durante años se nos advirtió que mirar el celular, la tablet o la computadora antes de dormir era la principal causa de problemas de sueño. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que la realidad es más compleja y que el impacto de las pantallas en nuestro descanso podría no ser tan negativo como se pensaba.
La explicación tradicional sostiene que la luz azul de las pantallas reduce la producción de melatonina, la hormona que induce el sueño, generando mayor alerta y dificultando conciliarlo. Esto impulsó la popularidad de filtros de luz azul y los consejos de evitar dispositivos electrónicos antes de acostarse. Sin embargo, la evidencia científica que respalda una relación directa es menos sólida de lo que suele asumirse.
Algunos estudios mostraron que usar un iPad a máximo brillo durante dos horas provoca solo una leve disminución de melatonina, mientras que hacerlo durante una hora no genera cambios significativos. Otros trabajos indicaron que ver televisión a distancia no afecta los niveles hormonales. Esto demuestra que no todos los usos de pantallas impactan de la misma manera y que los efectos dependen de la intensidad, duración y tipo de actividad realizada.
Lo que realmente parece influir en la calidad del sueño es la naturaleza de la actividad en los dispositivos. Leer o ver contenido relajante puede tener efectos distintos a jugar videojuegos o usar redes sociales, que estimulan más el cerebro. Además, la exposición a la luz natural durante el día también modifica la sensibilidad a la luz azul por la noche. Quienes reciben más luz solar diurna parecen menos afectados por el uso de pantallas antes de dormir.
Aunque el uso nocturno de dispositivos electrónicos puede tener algún efecto en el sueño, no todos los estudios coinciden en que sea perjudicial para todas las personas. Es recomendable ser consciente de la forma en que se usan los aparatos y del contexto de cada persona, pero no hay motivos para alarmarse sin analizar todos los factores involucrados.