Ni bien se apagaron los ecos de las legislativas, el oficialismo ya abrió otra guerra interna: quién se queda con el trono de Axel Kicillof. En la Casa Rosada, donde las crisis sobran pero los cargos escasean, la pelea por la gobernación bonaerense promete ser sangrienta.
Los libertarios, que aún no terminan de ordenar ni su propio gabinete, ya se lanzaron a la cacería del sillón de La Plata. Diego Santilli, recién aterrizado en el Ministerio del Interior, sueña con gobernar la provincia más poblada del país mientras el caos económico, los despidos y la inflación siguen devorando los bolsillos. El “Colo” ya blanqueó su ambición: ir por Buenos Aires en 2027, aunque puertas adentro muchos lo ven como el nuevo “fusible” del Gobierno si las cosas salen mal.
A su sombra aparecen otros nombres que olfatean poder: el intendente Diego Valenzuela, el operador libertario Sebastián Pareja, el incombustible Cristian Ritondo y hasta el olvidado José Luis Espert, que carga con la mancha de sus viejas amistades con empresarios investigados por narcotráfico. Todos disputan el mismo botín: la provincia que hoy gobierna Kicillof, pero que Milei quiere convertir en su bastión personal.
Mientras los funcionarios se pelean por cargos futuros, el presente arde: la economía se derrumba, las tarifas suben y el descontento crece. En Balcarce 50, sin embargo, parecen más preocupados por el 2027 que por llegar al 2026. Y entre tanto fuego cruzado, las PASO se convirtieron en otra moneda de cambio: algunos quieren eliminarlas para ahorrar —otros, para silenciar rivales incómodos—.
Una vez más, la política argentina demuestra que cuando el pueblo sufre, el poder se reparte entre pocos. Y en la danza de nombres libertarios, sobra ambición… y falta gestión.