En el Congreso estalló otra bomba política. Mientras La Libertad Avanza se obsesiona con inflar su número de diputados —a fuerza de promesas, guiños y presiones dignas de una serie de intrigas palaciegas— el PRO intenta, casi desesperado, evitar que su histórico color amarillo se destiña por completo en manos del oficialismo.
Los libertarios, eufóricos y sin frenos, ya “capacitan” a su tropa novata para garantizar una sola cosa: que en el recinto solo se discuta lo que Milei ordene. Nada de proyectos propios, nada de voces sueltas, nada de ruido… salvo el ruido que ellos mismos provocan seduciendo a macristas desencantados, radicales “con peluca” y cualquiera que se deje tentar.
Del otro lado, el PRO arde de bronca. Diputados que ven cómo LLA manotea gente de su bloque sin pudor. Ritondo explota, Macri se planta, y hasta los moderados admiten que la presión libertaria los empuja a cerrar filas. La decisión de no conformar un interbloque con Milei fue su primera señal: no quieren ser furgón de cola de un gobierno que los trata de “bloquecito” mientras les vacía la despensa.
Pero la tensión no termina ahí. El PRO marcó diferencias con el Presupuesto y ahora analiza con lupa artículos que favorecen a empresas eléctricas mientras ajustan donde siempre. En silencio, saben que el verano será una prueba de fuego: laboral, penal, tributaria… y la incómoda pregunta de fondo: ¿seguir “apoyando el cambio” o sobrevivir a él?
