El flamante pacto comercial entre Argentina y Estados Unidos volvió a encender las alarmas en la industria farmacéutica local. Mientras el Gobierno lo vende como “un hito histórico”, los laboratorios nacionales agrupados en CILFA ponen el freno y advierten que sin ver la letra chica “es imposible prever el impacto real”. Un eufemismo elegante para decir que el sector no confía.
Desde la cámara remarcan que apoyan el comercio y la inversión, pero exigen reciprocidad regulatoria y condiciones que no destruyan la competencia local. Temen que el reconocimiento automático de certificaciones de la FDA abra una autopista para productos estadounidenses, dejando a las pymes farmacéuticas en desventaja.
El acuerdo, firmado por Trump y Milei, promete apertura recíproca, reducción de aranceles y armonización de reglas. Traducido: más entrada de medicamentos norteamericanos y más dependencia. A cambio, EE.UU. baja algunos aranceles a insumos y productos argentinos… una compensación que el sector considera insuficiente ante el tsunami importador que se viene.
Del otro lado, los laboratorios transnacionales —agrupados en CAEMe— festejan sin pudor. Celebran el “fortalecimiento de la propiedad intelectual”, una frase que en la industria suele significar patentes más duras, precios más altos y menos competencia local. También celebran que se adopten los estándares de la FDA, lo que agilizará la entrada de nuevos productos sin pasar por los controles argentinos.
Mientras tanto, Argentina presume récords de exportación y ahorros por biosimilares, pero la pregunta que sobrevuela los pasillos del sector es otra: ¿cuánto de todo eso sobrevivirá si el mercado queda en manos extranjeras? El Gobierno no lo aclara. Los laboratorios tampoco lo saben. Y la letra chica, una vez más, definirá quién gana y quién pierde.