Por fuera del radar mediático tradicional pero con presencia territorial intensa, Horacio Rodríguez Larreta –ahora simplemente “Larreta”– volvió al centro del tablero político de la Ciudad. Sin embargo, no lo hace desde el poder ejecutivo que supo ocupar durante 16 años (ocho como jefe de Gabinete de Macri y ocho como jefe de Gobierno), sino desde un rol inédito: candidato a legislador porteño y opositor al gobierno de Jorge Macri, sucesor de su propio espacio.
Lo que parece una simple estrategia electoral encierra una tensión profunda dentro del PRO, donde Larreta, uno de sus fundadores, pasó a convertirse en un factor de incomodidad. Su candidatura no sólo desafía la conducción actual del partido amarillo, sino que también visibiliza las fracturas internas no resueltas tras el pacto entre Macri, Bullrich y Javier Milei.
Del PRO al larretismo: el quiebre y la creación de una nueva identidad
El corrimiento de Larreta del aparato formal del PRO no es anecdótico. Su decisión de cambiar su nombre en redes sociales y adoptar una marca política personal (“Larreta”) es tanto una señal de ruptura como una apuesta por diferenciarse en un momento de desgaste de la gestión porteña. No se trata de un gesto menor: mientras el PRO busca reconfigurarse como fuerza nacional, Larreta se planta en el terreno que domina mejor: la Ciudad y la gestión como valor político.
Ya no discute si es parte del PRO. Se corre de ese debate y plantea un eje alternativo: la eficiencia, el orden y “el método” como distintivo. Apuesta a captar el descontento de un electorado PRO desencantado con Jorge Macri, en particular por cuestiones cotidianas como el deterioro urbano o el manejo de la basura, símbolos de un metro cuadrado descuidado.
Una oposición sin estridencias, pero con agenda
Desde su espacio aclaran que Larreta será oposición en la Legislatura, pero con una lógica distinta: no se plantea como un actor obstructivo, sino como un opositor “constructivo”, dispuesto a acompañar proyectos que considere positivos y a marcar límites donde vea retrocesos. En ese equilibrio buscará consolidar una identidad propia, más técnica que ideológica, pero con peso político.
Aun sin un cargo ejecutivo, su equipo remarca que la Legislatura no es un lugar decorativo: será usada como plataforma para incidir en la agenda pública, pedir informes y condicionar al Ejecutivo. En definitiva, Larreta vuelve al centro del poder porteño, aunque desde los márgenes institucionales.
La ruptura con Macri y el PRO: una herida sin cerrar
El verdadero punto de inflexión fue el acuerdo postbalotaje entre Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Javier Milei, un pacto sellado sin consultar a Larreta. Pero el corte final llegó en marzo de 2024, cuando se renovaron las autoridades partidarias y el exjefe de Gobierno se excluyó de la nueva conducción cercana al presidente.
Desde entonces, la relación está congelada. En el larretismo no reconocen autoridad a quienes condujeron ese viraje ideológico y acusan al macrismo de “sorprenderse” por la candidatura de Larreta, pero no de haberlo excluido de cada decisión relevante.
Una candidatura que puede mover el tablero
El consultor Santiago Giorgietta lo resume sin rodeos: Larreta puede ser determinante en la elección porteña, tanto si crece en intención de voto como si mantiene los seis u ocho puntos que hoy miden algunas encuestas. Su caudal es mixto: la mitad proviene del electorado PRO, pero un cuarto podría venir de sectores dialoguistas o independientes, lo que hace de su figura un posible “robavotos” transversal.
En este contexto, la campaña de “metro cuadrado” no es un simple guiño nostálgico al pasado: es una interpelación directa a los votantes que sienten que la Ciudad dejó de funcionar como antes. Con bajo perfil mediático y recorridas diarias, Larreta construye desde lo concreto, como si dijera: “si esto no está bien, es porque yo ya no estoy”.