Milei cae en imagen regional y pierde frente a Lula: qué revela el mapa político de América Latina

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Una reciente encuesta regional encendió las alarmas en la Casa Rosada: Javier Milei perdió imagen positiva en Argentina y, además, fue superado en popularidad por su principal adversario ideológico, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. La medición no solo expone el desgaste interno del gobierno argentino, sino también su aislamiento creciente en el tablero geopolítico latinoamericano.

El ranking que incomoda a la Casa Rosada

Según la consultora CB, que midió la imagen de los presidentes latinoamericanos en sus respectivos países, Milei ocupa el tercer lugar, detrás del uruguayo Yamandú Orsi y del brasileño Lula da Silva. Orsi, del progresista Frente Amplio, lidera el ranking con 50,3% de imagen positiva, seguido por Lula con 49,8%, mientras que el mandatario argentino cayó al 49%, mostrando una fuerte baja respecto al mes anterior, cuando alcanzaba el 53,5%.

Pero lo que más incomoda al oficialismo argentino no es solo la caída interna, sino el hecho de que Lula —a quien Milei ha atacado sistemáticamente— lo supera en aprobación en su propio país. Esta dinámica refleja una paradoja política: mientras Milei pretende erigirse como líder de la “nueva derecha” en la región, sus adversarios progresistas recuperan legitimidad en sus países y consolidan poder interno.

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Un escenario regional adverso para el mileísmo

Desde su llegada al poder, Milei ha apostado a una estrategia de confrontación discursiva con líderes como Lula, Petro, Boric o López Obrador, intentando forjar un bloque alternativo de “nueva derecha liberal” junto a figuras como Nayib Bukele o el paraguayo Santiago Peña. Sin embargo, la encuesta revela que ni siquiera entre los mandatarios de centroderecha Milei se posiciona como el más sólido: lo superan incluso Daniel Noboa (Ecuador) y mantiene una diferencia marginal frente a Boric (Chile), quien enfrenta una fuerte oposición interna.

Esta situación debilita la narrativa geopolítica de Milei y lo muestra cada vez más aislado en América del Sur. Su ruptura institucional con Brasil, el enfriamiento de relaciones con Bolivia y Colombia, y su escasa sintonía con los gobiernos vecinos complican cualquier estrategia regional de influencia. En ese sentido, el contraste con Lula es más que simbólico: mientras el brasileño acaba de sacar nuevamente a su país del Mapa del Hambre según la FAO, Milei enfrenta una caída del salario real y aumento de la pobreza.

Análisis político: el costo interno de la polarización internacional

La estrategia de Milei de construir un relato basado en el enfrentamiento con “el socialismo del siglo XXI” parece comenzar a mostrar límites electorales y políticos. Al optar por una política exterior ideológica, desatendiendo los canales diplomáticos tradicionales, Milei corre el riesgo de quedar encerrado en su propio relato, sin resultados económicos que lo respalden ni aliados regionales con poder efectivo.

La caída en imagen interna coincide, además, con una economía estancada, salarios a la baja y una creciente conflictividad social. En ese contexto, el contraste con Lula se vuelve incómodo: el presidente brasileño, con un modelo opuesto al de Milei, no solo gana en popularidad, sino que avanza en políticas públicas de alto impacto social.

¿Qué puede pasar en la región?

De cara a las elecciones de medio término en Argentina y a los próximos comicios en países como Uruguay, Venezuela o Bolivia, la reconfiguración de liderazgos regionales podría alterar el equilibrio de poder en América Latina. Si Lula continúa ganando terreno y Orsi consolida su liderazgo, se fortalecerá un eje progresista que, aunque heterogéneo, puede condicionar la influencia de Milei en organismos regionales como el Mercosur o la Celac.

En resumen, el retroceso en imagen de Milei no es solo un dato local: es una señal de que su proyecto político enfrenta resistencia tanto dentro como fuera del país. Mientras sus rivales regionales crecen, el libertario argentino comienza a pagar el precio de haber elegido el conflicto como política de Estado.

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