La imagen digital de Javier Milei atraviesa un estancamiento que refleja una tendencia clara: la narrativa confrontativa que lo impulsó en campaña hoy pierde eficacia, incluso en su terreno predilecto, las redes sociales. Si bien logró instalar nuevos términos en el lenguaje político —como el peyorativo “mandriles” para descalificar a sus detractores—, ese éxito simbólico no alcanza para revertir la caída sostenida de su percepción pública.
Según un informe reciente de la consultora Ad Hoc, especializada en comunicación digital, durante abril las menciones negativas sobre Milei en redes sociales representaron un 49% del total, frente a un 39% de menciones positivas. El dato no sorprende, pero sí confirma un patrón: la imagen del Presidente no repunta desde el inicio del 2025, a pesar de algunos hitos como la salida del cepo que, si bien generó un breve alivio discursivo, no logró consolidarse en el clima digital.
Más allá de las cifras, lo relevante es lo que expresan en términos políticos. La batalla cultural —insignia de La Libertad Avanza— parece estar encontrando sus límites. En los inicios del gobierno, Milei dominaba la conversación pública con provocaciones disruptivas que marcaban agenda. Hoy, en cambio, sus intervenciones generan más desgaste que adhesión. Ejemplo claro: la muerte del papa Francisco no solo no mejoró su imagen, sino que reactivó el rechazo por sus insultos pasados hacia el pontífice.
Otro indicio de agotamiento en su estrategia comunicacional es que los temas con mayor volumen de conversación —el acuerdo con el FMI, la pobreza y la política exterior— arrastran niveles de negatividad que superan el 60%. La narrativa oficial no logra apropiarse de esos temas con una mirada positiva o al menos competitiva, y eso debilita al Presidente en un espacio que fue clave para su construcción: el universo digital.
Sin embargo, Milei y su círculo íntimo parecen seguir apostando a la provocación como herramienta de posicionamiento. La viralización del término “mandriles” es, en ese sentido, un símbolo de ese enfoque: deslegitimar al adversario, encapsularlo en una caricatura y mantener a su base movilizada a través del desprecio. El problema es que, fuera de sus seguidores más leales, esa estrategia ya no conquista nuevos consensos. Del otro lado, la oposición aún no logra instalar un relato contrahegemónico con la misma potencia —intentos como el “Che Milei” promovido por Cristina Kirchner no logran sostenerse más allá de lo coyuntural—.
El Presidente sigue dominando ciertos fragmentos de la conversación, pero a costa de un discurso cada vez más polarizante. En términos de imagen, eso podría volverse un boomerang si el desgaste digital se traduce en desaprobación social más amplia. Las redes lo premiaron por insultar, pero ya no lo sostienen como antes. Y si la confrontación deja de funcionar como motor de adhesión, Milei deberá redefinir su manera de comunicar o resignarse a perder centralidad en el escenario político que él mismo ayudó a moldear.