Cada 25 de mayo, Argentina celebra la Revolución de Mayo de 1810, el momento fundacional en que un grupo de criollos decidió ponerle fin al dominio español y tomar el destino político en sus propias manos. Fue un acto de soberanía, de construcción de poder popular, y de rechazo a la dependencia colonial. Ese día comenzó el largo camino hacia la independencia, impulsado por hombres y mujeres que soñaban con una patria libre, justa y soberana.
La revolución no fue sólo un cambio de autoridades: fue una ruptura ideológica con el viejo orden imperial. Se discutía cómo producir, cómo distribuir, cómo gobernar y para quién. Los revolucionarios, aún con sus límites, aspiraban a construir una nación propia, con una economía al servicio del pueblo y no de las potencias extranjeras. En ese marco, figuras como Moreno, Castelli y Belgrano empujaron transformaciones profundas que aún hoy interpelan.
A más de 200 años de aquel grito de libertad, la historia parece repetirse en forma de amenaza. Hoy, bajo el gobierno de Javier Milei, asistimos a una política que entrega los recursos naturales, desmantela el Estado y ataca los derechos conquistados. Se esconde el discurso de soberanía detrás de la libre empresa y se vende la patria al mejor postor, mientras se demoniza todo lo que huela a lo colectivo o popular.
Defender la patria hoy no es un gesto simbólico. Es decir basta a los vendedores de humo y a los liberales que, como Milei, predican libertad mientras negocian la Argentina con el mercado. El verdadero homenaje a los revolucionarios de Mayo es sostener una nación con justicia social, memoria histórica y dignidad.