La heladera vacía volvió a hablar más fuerte que cualquier discurso oficial. Los datos del Indec confirmaron lo que millones sienten cada vez que pasan por la góndola: el consumo se desploma y el bolsillo argentino está al límite, mientras el Gobierno insiste en mirar para otro lado. En septiembre, las ventas en supermercados cayeron 0,8% interanual y los mayoristas directamente se hundieron con un derrumbe del 13,1%, una radiografía brutal del enfriamiento económico que la Casa Rosada no logra –o no quiere– revertir.
El Indec maquilló el número con un “saldo positivo” acumulado, pero la caída de los últimos meses pulveriza cualquier ilusión. Los precios siguen corriendo y las ventas reales ceden: nominalmente sube todo, menos la capacidad de compra de la gente. Ni las tarjetas de crédito, que concentran casi la mitad de las compras, logran disimular el golpe.
En los mayoristas, el panorama es todavía más oscuro: retrocesos abruptos, rubros enteros desplomados y un sector que ya acumula una caída del 7,4% en lo que va del año. Mientras tanto, el Gobierno repite slogans y mira cifras que no coinciden con la vida de la calle, donde la “recuperación” brilla por su ausencia.
Con ventas que caen, salarios que no alcanzan y una demanda que se apaga, el modelo oficial vuelve a mostrar su límite más cruel: la economía solo cierra cuando la gente deja de comprar. El consumo, ese termómetro implacable, ya marcó en rojo. Y el Gobierno, otra vez, llega tarde.