El gobierno de Javier Milei profundiza su cruzada desreguladora con el anuncio inminente del “Proyecto Digesto”, una operación político-administrativa encabezada por Federico Sturzenegger que trasciende el plano técnico para consolidarse como una herramienta de poder político. Lejos de limitarse a la “limpieza normativa” que se promete, el Digesto busca redefinir el rol del Estado, reducir personal, centralizar funciones y avanzar en una concentración vertical del poder que el Ejecutivo ya venía diseñando desde el Decreto Ómnibus.
La ofensiva regulatoria como reingeniería del Estado
Desde su ministerio de Transformación y Desregulación, Sturzenegger ejecuta lo que el Gobierno denomina una “refuncionalización del Estado”. En los hechos, esto implica la disolución o absorción de organismos descentralizados, como la CNRT, y el anuncio de nuevas tandas de despidos justificados bajo la lógica de la “duplicación de tareas”. Con frases como “liberar gente” o “centralizar para gastar menos”, el funcionario retoma el manual clásico del neoliberalismo extremo: achicar el Estado para disciplinar a la política y a la sociedad.
Este nuevo embate contra el empleo público se sostiene sobre un discurso de eficiencia, pero en realidad busca debilitar estructuras institucionales autónomas que podrían actuar como contrapesos del Ejecutivo. Al concentrar funciones y recortar planteles técnicos, el Gobierno gana control directo sobre áreas sensibles mientras desmantela mecanismos de regulación que podrían cuestionar su agenda económica.
Una estrategia de legitimación sin Congreso
El Digesto se presenta como un compendio de desregulación técnica, pero en realidad funciona como una maniobra política para evitar el Congreso. Sturzenegger anticipó que la instrumentación será vía decretos autónomos y delegados, reforzando la tendencia del Gobierno a gobernar por fuera del marco legislativo, como ya se vio con el DNU 70/23 y otras reformas impuestas a golpe de firma.
El antecedente fallido de la “Ley Hojarasca” no disuadió al ministro. Por el contrario, lo llevó a radicalizar la vía ejecutiva, minimizando la deliberación democrática y acelerando la toma de decisiones estructurales sin debate parlamentario. Este patrón confirma una hipótesis política clave: Sturzenegger no es un tecnócrata más, sino una pieza clave en el diseño autoritario del mileísmo.
El Digesto como experimento de control ideológico
La supuesta “limpieza normativa” también tiene un componente ideológico. Eliminar trámites, resoluciones, decretos y hasta leyes enteras sin transparencia ni criterio claro es una manera de reescribir las reglas del juego económico y social a medida del proyecto libertario. No es casual que Milei hable de un “shock regulatorio más grande de la historia de la humanidad” ni que Sturzenegger presuma de borrar normas desde 1973 —como la prohibición de exportar ganado a pie— en medio de una crisis cárnica que golpea el consumo interno.
La ambigüedad sobre qué se eliminará y cómo, sumado al desprecio por los organismos que garantizan derechos (como ANMAT o CNRT), apunta a un reordenamiento institucional a medida del capital más concentrado, quitando barreras a la libre empresa en nombre de una supuesta eficiencia. Se trata, en definitiva, de imponer un nuevo sentido común económico, que naturalice la retirada del Estado como garante de equidad y regulación.
El rol de Sturzenegger en el proyecto mileísta
Lejos del perfil técnico con el que se lo quiere presentar, Federico Sturzenegger emerge como el verdadero ministro político del ajuste estructural, incluso más influyente que Caputo. Es quien ejecuta el programa ideológico más radical del Gobierno: desarmar el Estado desde adentro, sin necesidad de construir consensos.
Con el respaldo directo de Milei y la posibilidad de operar sin el obstáculo del Congreso, su figura crece en un gabinete marcado por la inestabilidad. Que el vocero Manuel Adorni vuelva a escena para anunciar estas medidas sugiere una voluntad de construcción simbólica: el Digesto no solo busca modificar estructuras, sino también instalar un relato de refundación histórica, donde lo viejo debe ser barrido para dar paso a una nueva “verdad libertaria”.