La Casa Rosada volvió a ser escenario de máxima tensión política y económica. Apenas horas después del golpe que significó la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires, el presidente Javier Milei y el ministro de Economía, Luis Caputo, encabezaron una reunión cargada de simbolismo y expectativas con el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Ilan Goldfajn.
El encuentro, que se extendió durante el mediodía, no fue un simple trámite diplomático: en la mesa se discutieron miles de millones de dólares en juego, reformas fiscales de alto impacto y un futuro inmediato que se debate entre la esperanza y la crisis.
El BID ratificó su respaldo al país con un plan de financiamiento que promete desembolsos millonarios en los próximos años. Se habló de apoyos destinados a tres frentes explosivos: una reforma fiscal profunda, medidas para liberar la economía y un paquete social para intentar contener la pobreza extrema que golpea a millones de argentinos.
El panorama social es alarmante. Los indicadores de pobreza e indigencia siguen trepando a niveles dramáticos, mientras la informalidad laboral se expande y amenaza con consolidar un escenario de desigualdad estructural. Todo esto bajo la sombra de un malestar social que podría intensificarse frente a nuevos ajustes económicos.
Pero los riesgos no terminan ahí. La fragilidad externa, la debilidad de las reservas y la incertidumbre política ponen en duda la capacidad del Gobierno para sostener sus reformas sin desatar un choque social de proporciones mayores.
Lejos de ser un encuentro protocolar, la reunión de Milei y Caputo con el BID expuso con crudeza la encrucijada del país: avanzar con medidas drásticas para asegurar la estabilidad o enfrentar el fantasma de un estallido que podría marcar a fuego lo que resta de la gestión.
